Buenos Aires posee un patrimonio arquitectónico desconcertante y sugestivo. Las múltiples fuentes de inspiración y la tendencia local a la reelaboración consolidaron en los dos últimos siglos una herencia artística vasta y ecléctica. Este blog pretende mostrar a través de fotografías algunos de esos detalles que suelen escaparse a quien camina sin mirar por donde pasa.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Colegio San José




Luego de la caída de Rosas (1852), la Argentina, tanto tiempo cerrada al europeo, se dio a fomentar la inmigración, en especial de vasco-bearneses pirenáicos. Con ese objeto, el Gral Urquiza ofreció generosas ventajas a las familias que se radicaran en el país. La Constitución de 1853 declara que el “Gobierno Argentino no podrá restringir la entrada de extranjeros que traigan por objeto trabajar la tierra, fomentar las industrias y enseñar las letras”. Muy eficaz salió la propaganda: acudieron millares de inmigrantes para brindar sus brazos a la prosperidad del país y se esparcieron por los dilatados campos de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo llegó un día en que los vasco-bearneses, gente arraigada en su fe cristiana, se negaron a embarcarse ante el peligro de perder su alma, por la carencia de iglesias y de sacerdotes en los extensos llanos de América. Enterado el gobierno porteño por voz de sus agentes consulares, procuró un arreglo satisfactorio en acuerdo con los obispos de Buenos Aires y Bayona: la solución hallada en 1855 consistió en que unos misioneros vascos-bearneses acompañaran a los inmigrantes para su atención espiritual. De ahí que el obispo de Bayona propusiera al Padre Garicoits (1797 - 1863) el envío a Buenos Aires de sacerdotes de su Congregación. Aceptó con agrado el santo fundador y se ofreció él primero para tan simpática misión: pero como no accediera su prelado, los elegidos fueron el Padre Diego Barbé (1813 - 1869), en calidad de superior, los Padres Guimón, Larrouy, Harbustán y Sardoy, el estudiante Magendie y dos Hermanos auxiliares: Joannés y Fabián, los cuales se embarcaron en Bayona, el 31 de agosto de 1856 y llegaron a Buenos Aires el 4 de noviembre, tras una accidentada travesía. Entre las órdenes impartidas al Padre Barbé figuraba la fundación de un Colegio en beneficio de los niños vascos y de las familias del país. El Padre Barbé, anteriormente prestigioso director de la Escuela de N. S. de Betharram, fue el fundador del Colegio San José.

Era muy natural que los recién llegados misioneros consagraran alguna tardecita a recorrer la “Gran Aldea” que les había sorprendido, desde el barco, con su chata edificación salpicada, entre arboledas, por una docena de campanarios. En 1856, los 120.000 habitantes de Buenos Aires vivían esparcidos de norte a sur, entre los potreros del Retiro y del Riachuelo, con escasa edificación en los extremos y mayor densidad en el “Centro”, en torno a la Plaza de Mayo, llamada aún “de la Victoria”. En profundidad abarcaba unas diez cuadras, ya que los actuales barrios de Once, Palermo y Constitución, se hallaban en el descampado. El arroyo Maldonado marcaba el límite de la ciudad. Entre los sitios pintorescos descollaba el arrabal de Balvanera con su Plaza del Miserere, recién mudada en Once de Septiembre, tras un combate entre porteños y confederados, los potreros del Once, atestados de corrales, servían a la vez de matadero municipal, mercado de frutos y paradero terminal de centenares de carretas procedentes de todos los rincones del país. A la plaza la orillaba una amplia carretera pantanosa, ex camino real que se llamó después Federación y finalmente Rivadavia, obligada arteria de acceso para todo el comercio interior. No lejos de la plaza, la iglesia parroquial de Balvanera, solitaria en su manzana, dominaba el vecindario con sus torres. Allí se dirigieron los viajeros sin sospechar, por cierto, que, transcurridos unos meses, habían de fundar a su lado el Colegio San José. Regresaron los misioneros al anochecer, mientras los faroleros encendían las linternas esquineras. A las ocho en punto oyóse el toque de oración, nota de quietud. A media noche, la resignada voz del cuidador nocturno cantó su frase ritual: “Las doce han dado y sereno”…

A principios de 1858, el Padre Barbé encaró seriamente la fundación de un Colegio ya proyectado en Betharram por el Padre Garicoits. Por su gran devoción a Nuestra Sra. de Betharram, deseaba un local próximo a una iglesia de la Virgen y recorrió con ese objeto algunos barrios de la ciudad. Finalmente, en el barrio del Once y frente a la iglesia parroquial de Balvanera le agradó un modesto solar de planta baja, que medía 40 varas por 50, con un patio interior, perteneciente a Don Tomás Rebollo, que lo había utilizado como depósito de cueros y lanas y que se encontraba en Azcuénaga y La Piedad (hoy Bartolomé Mitre). El Padre Barbé lo alquiló en marzo por $600 mensuales de la época. La casa fue higienizada con apremio por haberse iniciado ya los cursos escolares. Además de la proximidad de Balvanera que serviría de capilla a la naciente institución, varias razones motivaron la elección de ese local, entre otras la posibilidad de adquirir terreno en la manzana anexa a la iglesia para la construcción del edificio propio, y la cercanía del Once, parada terminal de los lecheros vascos, procedentes de Flores, cuyos hijos concurrirían fácilmente a la escuela. El 18 de marzo, el modesto moblaje fue cargado en tres carros con la ayuda de algunos gauchos recién llegados del campo y del casero Rebollo quién entregó las llaves. El Padre Barbé y sus colaboradores ultimaron algunos aprestos y después de rezar, cada cual se acomodó para pasar la noche. Al día siguiente, fiesta de San José, después de saludar al párroco de Balvanera, ya enterado del objetivo, el Padre Barbé celebró la santa misa que bien puede llamarse de la fundación; luego, con serena confianza en el gran Patriarca elegido como protector, esperaron los primeros alumnos llamados a formar el modesto plantel del Colegio San José. Por la tarde del primer día acudieron sólo cuatro alumnos. Contados fueron los que ingresaron hasta fin de mes; en abril llegaron a 15; transcurridos dos meses, no alcanzaban a 20 entre internos, medio-pupilos y externos. El naciente Colegio se hallaba en peligro de expirar en la cuna.

El pago de los alquileres y los gastos corrientes habían agotado los recursos de la casa…los demás Padres consultados aconsejaron el cierre del Colegio…era profundo el desaliento que amargaba al P. Barbé cuando se produjo la siempre salvadora intervención de Dios. Hallábase entonces al frente de la parroquia de Balvanera el Presbítero Dr. Angel Brid, de ascendencia vasca, quien había acogido con agrado la fundación del Padre Barbé. Empeñado en dar impulso a su parroquia, estimaba que el nuevo colegio le deparaba un oportuno auxilio. Así lo entendía también el buen Padre Barbé quien ayudaba al señor cura en todo lo posible, y resolvió poner en su conocimiento la angustiosa situación: “Si no vienen alumnos, iremos a buscarlos”, le respondió el Padre Brid. El mismo día, el párroco se puso en marcha; acompañado por el comisario local, Di Olallo Pico, recorrió las casas del barrio para recomendar a las familias el colegio del Padre Barbé. El éxito de esa campaña sobrepasó las esperanzas, pues acudieron cerca de 70 niños, entre ellos unos 20 pupilos hacinados en la casa de Rebollo que se volvió insuficiente y exigió un cambio de local. A fines de septiembre, el Padre Brid interesado en que el colegio permaneciera en las inmediaciones del templo parroquial, llamó a su despacho al Padre Barbé y le propuso de repente la compra de un terreno de 42 m de frente por 62 de fondo, situado en la calle Cangallo, en la misma manzana de Balvanera. Su dueño, el Sr. Alderete, necesitado de dinero, lo ofrecía en $35.000 de aquel tiempo y prometía al párroco una ayuda para su templo si se lograba efectuar la venta por su mediación. El terreno fue adquirido a mediados de octubre y abonado a duras penas con los ahorros del colegio. Bernardo Idiart, de recia estirpe vasca, cuyos hijos cursaban en la escuela, se ofreció para edificar el nuevo colegio, adelantando la suma necesaria que se le pagaría en mejor oportunidad. Entre tanto las clases siguieron en la casa de Rebollo hasta el 19 de marzo de 1859. Los 120 alumnos del Colegio apreciaron jubilosamente las comodidades del nuevo colegio.

En aquellos días no se concebía edificación de importancia que no tuviera un mirador elevado y el padre Pedro Pommés, un entendido en arquitectura, llevó a cabo la iniciativa. El colegio vio erigido el suyo a fines de 1870 en el centro de la manzana con una base de 6 por 5 metros y una altura de 5 pisos, a cuya retaguardia fueron edificados dos cuerpos parejos de 10 por 8 metros, de 3 pisos, rematados en mansardas o buhardillas. Apenas terminada la obra fue visitado por militares y declarado observatorio ideal del barrio y, en caso de revuelta, sería ocupado por la milicia. La inauguración del mirador se hizo con la fiesta de premios del año 1871. Con su cresta almenada a modo de atalaya medieval, figura en los mapas militares de la época y se vio ocupado por las tropas en cada intento de revolución. En su cuarto piso, como un puesto de vigía rodeado por un balcón, eligió su morada el Padre Pommés, prefecto general de disciplina del colegio y brazo derecho del fundador Padre Barbé. Allí, durante varios años cumplieron tristes penitencias los alumnos candidatos a la expulsión. En el año 1880, cuando estalló la revolución, el General Bartolomé Mitre y su estado mayor ocuparon la torre desde donde los militares pudieron observar el desarrollo de los combates de Puente Alsina y los Corrales. Una anécdota de la historia cuenta que Bartolomé Mitre casualmente encontró a su sobrino Mariano de Vedia (alumno del San José en ese entonces, periodista y diputado nacional con posterioridad) cumpliendo una penitencia y lo reprendió con militar severidad.

Las crónicas del año 1888 mencionan un terremoto nocturno que aterró a los pupilos, pues agitó la campana y rasgó mármoles del lavatorio. A partir de 1912, la campana fue orientada hacia Larrea a fin de extender al patio mayor el imperio de sus tañidos; pero se comprobó que los embates de los vientos dispersaban su voz, lo cual dio paso a los timbres eléctricos...En cuanto a las broncíneas campanadas, se vieron reservadas para los tres rezos diarios del "Ángel del Señor".

La construcción del Salón de Actos durante la segunda década del siglo XX modificó el mirador, que debió ceder 2 metros a la caja del escenario teatral, por lo cual escalera final de la torre es muy empinada.

El mirador del colegio, erguido cual fortín entre el escaso vecindario, servía como observatorio del suburbio achatado, donde dominaban los campanarios de los templos de La Piedad, del Carmen, el de Regina, el del Salvador y la capilla Mater Misericordiae. Desde el mirador el contorno ofrecía un marco de paz en cuyas manzanas arboladas se ocultaban las casonas con alero, huerta, jardín y palomar. En 1913, el padre Pommés y el padre Lamane concibieron la idea de instalar en el mirador un observatorio astronómico. El telescopio fue donado por el Dr. Sinforoso Molina, padre del alumno Conrado, y estuvo alojado en la habitación del padre Pommés hasta que fue instalado en la cúpula al año siguiente. Los encargados de dar clases prácticas de astronomía fueron los padres Taillefer, Mourié, Guithou, Grange y Ramón Gay. El observatorio funcionó en forma continua hasta la década de 1970, cuando muriera el padre Gay, última persona que lo manejara. Lamentablemente no ha llegado hasta nuestros días información detallada acerca de qué tipo de actividades se realizaron en el observatorio, ya sea de investigación, enseñanza o fotografía, desde su inauguración hasta la muerte del padre Gay


Fuente: observatoriosanjose.com.ar

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