lunes, 12 de diciembre de 2011

Monumento al XXXII Congreso Eucaristico Internacional


El 10 de octubre de 1934 se organizó y desarrolló en Buenos Aires el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, presidido por el legado papal cardenal Eugenio Pacelli, el futuro Papa Pío XII. Las reuniones en torno a esta expresión católica son multitudinarias y por unos días la ciudad asume una actitud de profunda religiosidad.

El presidente Justo reunió a los dirigentes de la FORA (Federación Obrera), de la FL (Federación Libertaria) y de la UGT (Unión General de Trabajadores) ~invitándolos a un asado informal~ y les hizo comprender que cualquier atentado que perturbara el orden durante las celebraciones religiosas tendría gravísimas consecuencias, que habrían de recaer sobre los líderes de la protesta anárquico comunista o anárquico sindical, respectivamente. Siendo así, no se registró incidente alguno y, es más, miles de obreros concurrieron al Congreso verificándose conversiones multitudinarias en uno y otro sector. La Argentina se estaba reunificando vigorosamente después las divisiones sediciosas impulsadas desde el extranjero. Parecía haber llegado a su término los intentos revolucionarios del Soviet universal en estos pagos.



Nuestro país entonces contaba con una población que apenas superaba los 8.000.000 de habitantes, la mayor parte de ellos inmigrantes, y el Congreso Eucarístico tendría sobre ellos una influencia fundamental.



El día 9 de octubre, llegaba a Buenos Aires, recibido con grandes honores, el legado pontificio, el cardenal Eugenio Pacelli, representante de un gran Papa, Pío XI, y futuro Papa él mismo. Por primera vez en la historia de los Congresos, el Sumo Pontífice designó como su representante a su secretario de Estado. Al día siguiente tuvo lugar la apertura solemne del 32º Congreso Eucarístico Internacional, en los jardines de Palermo. En un día de sol y cielo azul, el acto se desarrolló en una vasta plataforma que circundaba el monumento “de los Españoles”, al que ocultaba una cruz monumental, hecha de técnica y fe, y que se transformaría en el emblema del Congreso. Se dio lectura a la bula papal por la que el cardenal Pacelli fue investido por Pío XI del cargo de legado, quien habló a continuación ante una gran multitud. Una hora santa sacerdotal completaba ese primer día. El 11 fue "El día de los niños". También en Palermo y en horas de la mañana, 107.000 niños recibieron, en perfecto orden, a Jesús Sacramentado (muchos, por primera vez), que les llega escondido en 107.000 hostias blancas, durante la misa que celebran los cuatro cardenales visitantes en cuatro altares colocados en cruz al pie de la plataforma central. Espectáculo estremecedor que hace exclamar a monseñor Pacelli, varias veces: “¡Esto es el Paraíso!”...

Por la tarde, se realizó, siempre alrededor de la gran cruz, la primera asamblea general del Congreso, cuyo tema (“Cristo, Rey de la Eucaristía y por la Eucaristía”) fue desarrollado por monseñor Pedro Farfán, obispo de Lima. Ese mismo día 11 se realizó “La noche de los hombres”. Imponente y, al mismo tiempo, devota y austera manifestación de fe (y de retorno a la Fe), protagonizada por cientos de miles de hombres que, al crepúsculo marcharon desde la Plaza del Congreso, en una Avenida de Mayo colmada en toda su amplitud, para participar en la misa de comunión general que cuatro obispos de naciones hermanas celebraron simultáneamente en la Plaza de Mayo.

Se había calculado que concurrirían 40 mil hombres. Fueron más de 200 mil. Y de ellos, no pocos buscaron y encontraron sacerdotes ante quienes, allí mismo, de pie o de rodillas, recibieron el sacramento de la Confesión.

El día 12 de octubre, se recordaron y celebraron los orígenes católicos e hispanos de la Nación Argentina. En Palermo, una gran muchedumbre asistió al Pontifical con que se conmemoraba el primer 12 de octubre y, a la vez, la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, mientras que por la tarde tuvo lugar la segunda asamblea general del Congreso. Esta vez, el obispo de Madrid-Alcalá, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, se refirió al segundo tema del Congreso: "Cristo Rey en la vida católica moderna".

Un poco más tarde, en un teatro Colón vestido de gala y en presencia del presidente de la República y del cardenal legado, pronunciaron sendos discursos alusivos a la fecha el doctor Gustavo Martínez Zuviría y monseñor Isidro Gomá y Tomás, cardenal primado de España. Ambos oradores dejaron en claro que nuestros orígenes como nación son hispanos y católicos. Y que, con la palabra hispanidad, se alude, a la vez, al alma de todos los pueblos hispanoamericanos y a la misma España, así como al lazo que a todas ellas une en una empresa común y exclusiva.

El sábado 13 de octubre, “La jornada de la Patria”, estuvo dedicada a la Virgen de Luján, patrona del Congreso. En ella, en Palermo y frente a la cruz, siete mil soldados de la Patria recibieron la santa Comunión, durante la misa celebrada en esa tan particular ocasión. Poco más lejos, una docena de conscriptos recibió el agua del Bautismo. El cardenal legado quiso hacerse presente, en un gesto de aprobación por el acto realizado.

Simultáneamente con el de Buenos Aires, los congresos diocesanos que se efectuaban, en diversas ciudades del interior del país, millares de soldados y sus jefes se acercaron espontáneamente a recibir la Comunión de rodillas: Oficiales, Suboficiales y Soldados.

La tarde de ese mismo sábado, comenzó la tercera asamblea general del Congreso, en la cual monseñor Nicolás Fassolino, arzobispo de Santa Fe, pronunció un discurso sobre el tercer tema del Congreso: “Cristo, hoy, en la historia de América Latina y, especialmente, en la República Argentina”, en el cual quedan entrañablemente unidos la historia de los pueblos hispanos y la religión.

Por fin llegó el “Día del Triunfo Eucarístico Mundial”. Ese día, 14 de octubre, algo más de un millón de personas concurrieron a Palermo, en una mañana clara como todas las anteriores, para asistir a la misa que oficia el legado pontificio. Eran incalculables los penitentes que llegaban a Buenos Aires desde distintas provincias en este día triunfal. La bandera nacional fue izada hasta el tope del mástil vecino al palco presidencial. Luego del Evangelio, monseñor Pacelli, en su homilía, nos recuerda que Dios es amor, y que ese amor, como un incendio, se encierra en la Eucaristía. Terminada la misa, y en medio de un silencio absoluto, se oye la voz del Papa, que, desde el Vaticano, proclama que Cristo Eucarístico, vive, reina e impera. A continuación, monseñor Napal, locutor oficial del Congreso, anunció que SS Pío XI impartirá su bendición sobre este Congreso. Todos los presentes la reciben de rodillas.

Retirado el legado pontificio, la concurrencia volverá por la tarde, aun en mayor número: serían esta vez dos millones los fieles que asistirían y tomarían parte activa contemplando maravillados la procesión con la que se clausuraría el XXXII Congreso Eucarístico Internacional. También fueron numerosas las entidades y corporaciones que acompañan al Señor en su lenta marcha desde la iglesia del Pilar hasta la cruz del Congreso.

Cuatro cardenales, el nuncio apostólico y numerosos obispos y sacerdotes rodeaban el carruaje en que, en soberbia custodia, Jesús Eucaristía recibe la adoración de todo un pueblo. Junto a cardenales y obispos, las más altas autoridades de la Nación marchaban también, para manifestar su acatamiento al Señor de los señores.

Numerosos fieles se incorporaron a la procesión, mientras otros, desde sus puestos, la ven pasar y se arrodillan al enfrentarse con la custodia que lleva a Jesús. Bajo el palio que cubre la carroza, se ve al legado pontificio arrodillado, inmóvil, como en éxtasis, adorando a Dios durante todo el tiempo que corre entre el punto de partida de la procesión hasta su llegada al pie de la cruz. Subió, entonces, monseñor Pacelli al altar, para, desde allí, impartir la última bendición.

Pero antes, habla el presidente de la República. El cual, en sentida oración, pide al Señor que haga descender la paz sobre el pueblo argentino, sobre la Nación entera, sobre América y sobre la humanidad toda. El Presidente Justo se había confesado y arrepentido de su militancia masónica y ese fue su acto de conversión definitivo.


Finalizado el canto del Tamtum Ergo, la multitud recibió ~de rodillas~ la bendición que monseñor Pacelli impartía a la Argentina. Luego, recordó que los habitantes de este suelo debían conservar en su corazón un sentimiento de gratitud profunda, pues el Congreso había superado las previsiones más optimistas. Él debía ser, para cada uno, el comienzo de una nueva vida, en la que la fe de Cristo se adentre en los corazones. Finalmente, hacia las seis de la tarde, sonaron los acordes del Himno Nacional, que todos los presentes corearon y que, en esos momentos, toma un aire de oración con que la Patria jura mantenerse fiel a su Dios y Señor, finalizando así el XXXII Congreso Eucarístico Internacional que “libraría del mal” a la Argentina, reafirmando su realidad de nación Católica. Realmente es lo que representó ese magno acontecimiento para la vida espiritual de la Patria.



El día 15 partió el cardenal legado. El recorrido desde la residencia donde se hospedó durante su permanencia en la Argentina hasta el puerto de Buenos Aires, recorrido en que fue acompañado por el presidente de la República, fue apoteótico. Ya en la pasarela que lo llevaba al mismo paquebote “Conte Grand” en que había llegado al país, el futuro Pío XII envió una última y especial bendición al pueblo argentino. Después, Buenos Aires volvió a su vida habitual. La vida urbana se reanudó. Pero el recuerdo de esos días primaverales de octubre permaneció, durante mucho tiempo, en las mentes y en los corazones de quienes los vivieron o a quienes se les relató el milagro. “Argentina se encontraba en estado de gracia”.

Fuente: Dr. Carlos Marcelo Shäferstein en La Historia Paralela (Extracto)


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